ORIGEN DE LA PALABRA CHOLA

La palabra “chola” procede de la palabra española “chula” típicamente madrileña, con la cual se designaba a la mujer del pueblo allá en Madrid.

Este remedo lo heredamos de la colonia y con él designamos cariñosamente a esas mujeres fruto de la  unión de españoles americanos e indios.

Desde tiempo atrás, las “cholitas” paceñas típicas exponentes del hermoso mestizaje existente en el Alto Perú, sobresalieron por lo vistoso de sus trajes. Estas características especiales han desaparecido para siempre. De la gracia y elegancia de aquellas mujeres que inspiraron inolvidables novelas, hermosos versos, tristes yaravíes, alegres cuecas y huayños, solo se sabrá al leer cantidades de artículos que los escritores han dicho en su memoria.

Lástima que no hayamos tenido pintores que hubiesen conservado para el recuerdo la estampa donairosa de esos graciosos ejemplares de nuestras costumbres pretéritas. Ante este hecho supliré en mis retro percepciones el figurín de la distinguida cholita paceña de antaño.

Recia estampa, gracia y donaire, la “cholita” vestía pollera ancha de felpa, raso, otomán o gros, telas finas y costosas de colores vivos.

Tres o cuatro ruedas de arandelas replegadas que se llamaban alferzas. La cintura recogida y estructurada en presilla y una larga hilera para atarla. Debajo de la pollera dos centros o enaguas de finas telas de organdí, bien almidonadas, que hacían extender y dar revuelo a la pollerita que se albergaba un poquito más debajo de la rodilla.
Medias de seda, principalmente en color blanco. Botitas de caña alta hasta un poco más arriba de la canilla, con abotonaduras y cordones entrelazados en una cantidad de ojales y ojetillos, los que remataban en
pequeñas borlas. Tacón alto estilo Luis XV.

Por otra parte la elegante chaquetilla llamada “matinée” una blusa de seda bordada al “tambor” con motivos florales, adornada con volados en el pecho, mangas largas abullonadas o campana, voladores de encaje, abrochable por delante. La misma que al llegar a la cintura se ajustaba a ella ceñidamente , alzándose encima de la pollera en tiras bordadas a modo de aleta. El cuello de la chaquetilla era de encaje
ancho y encarrujado.

Cubriendo la espalda y para lucir como las damas de entonces, una bella manta de seda china legitima con diversidad de caprichosos bordados, prendida por delante con un “topo de oro” o de plata engarzado con perlas y piedras preciosas en filigrana.
Complementaba su graciosa figura una cadenita de cabestrillo al cuello, de donde pendía un relicario. Sus dos magnificas trenzas de reluciente negro remataban a la espalda “thullmas”, anchas tiras de cinta de
colores vistosos.

Según investigaciones hechas en el Museo del Tambo Quirquincho en la “Sala de la Chola”, nuestra anfitriona y directora Doña Nelly Vázquez de Romero, explico que existen numerosas versiones sobre cómo era y como fue evolucionando el traje de este personaje tan hermoso y tradicional. Se han encontrado cuatro épocas importantes durante el proceso.

Estos estudios nos llevan a la conclusión de que la mujer mestiza siempre vistió tratando de imitar los miriñaques, tres largos, mantilla, etc., de las mujeres de la colonia, es de suponer que estas eran criadas
en las casas de los chapetones y ricos hacendados de entonces los cuales insistían en la búsqueda de la perfección para estas mujeres, ya que ellas eran servidoras y criadas de los señores y debían vestir fina y
delicadamente. Inclusive por el hecho de que ellas eran las ayas de sus hijos.

Es cierto también, que muchas señoras mayores recordaran como sus madres o abuelas siempre salían de sus casas bien acompañadas de sus empleadas.
 Estas señoras eran portadoras de toda la “toilette” o bien representaban seguridad para ellas y en muchos casos, era signo de “status” para ellas.

Al escribir estas líneas muy presente está en mi mente la imagen de mi Mamá Magdalena y mi Mamá Lorenza, la primera por parte de mi padre, la cual me cuido desde mis primeros días hasta que se fue al
reino de Dios a los ciento y cuatro anos de vida. Crió a mi abuela, a mi papá y a mis hermanos e inclusive a mis hijos.

¡¡Increíble!!

Mamá Lorenza no vivió muchos años, lamentablemente, se fue detrás de mi abuelita Carmen Villegas de Caballero, sin embargo sus relatos son fascinantes. Ella nos contaba de todos los milagros de los
santos de la corte celestial, las medicinas que se usaban en cada enfermedad y los amoríos y tragedias de las grandes leyendas de la historia de la ciudad de La Paz, era en pocas palabras una especie de
guía histórica y de recuerdos de La Paz.

Magdalena era una sabihonda, sabía leer y escribir, había leído todas las historias de la Biblia, se conocía de memoria el Santoral Católico y leía todas las noches para “toda la concurrencia” de parientes, vecinos y chicos del barrio los relatos de las Mil y una Noches, así como los viajes de Gulliver. Cantinflas era el amor de su vida y no se perdía ni una película mexicana en el Cine del Colegio San Calixto ni menos las películas nocturnas en el Mignon y el Murillo.

Debe ser por ese contacto tan intimo de “madre a hija” que tuve con estas señoras tan queridas que aprendí mucho en esta vida, ellas fueron parte de mi aprendizaje y educación…así también de los castigos de los cuales no me olvido. Lastimosamente nunca fui una buena alumna en cuanto a costura, bordado o tejido al tambor se refiere. Pero sí aprendí a cocinar y tuve en ellas las mejores maestras.
(Continuará) (Fuente: Libro "Oh Don Alonso" de Isabel Velasco.  www.isabelvelasco.com

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